Dudo mucho que Andrés Calamaro haya tenido nunca ninguna relación activa con el mundo del deporte, así que mucho menos lo habrá tenido con nuestra modalidad.
Sin embargo, unos versos de una canción suya nos dibujan perfectamente las sensaciones que puedes tener en una prueba de este tipo:
Victoria y Soledad
filosofía y realidad
las ame por separado
pero juntos somos más
otra lección
que la vida me dio otra vez
éramos tres
Victoria, Soledad y yo
éramos tres
Victoria, Soledad y Andrés
En mis tres primeras Backyard Ultra me tocó bailar con Victoria, así que esta vez tuve que bailar con Soledad.
El día amanecía pronto para nosotros. Después de dejar a los niños en el cole y acometer nuestras obligaciones del hogar, subimos a Los Molinos a realizar la señalización de la prueba y de paso, a terminar de aprenderme el circuito con la misión de ir a la cola del pelotón las primeras vueltas para evitar que nadie se perdiera.
Mención especial en este punto al Ayuntamiento de Los Molinos que nos ha permitido, facilitado, ayudado y colaborado con todo (a excepción de una nevera que no pudimos encontrar). Cuando encuentras gente dispuesta a arremangarse para que las cosas salgan bien, tienes mucho camino recorrido.
El proceso de balizaje comenzó a un ritmo bajo mientras comentábamos el orden del día y los últimos asuntos a cerrar. El calor empieza a apretar, pero no se hace sofocante.
SOFOCANTE, esa palabra tendrá mucho protagonismo a lo largo de la carrera.
En los últimos kilómetros nos vemos obligados a caminar muy alegremente porque si no lo hacemos, no llegamos a por los niños. Gotas de sudor recorren mi frente cuando llegamos de nuevo al pabellón.
Descargamos los coches, dejamos todo visto con el responsable del Polideportivo y nos fuimos a nuestros quehaceres diarios.
Antes de salir llegamos a ver a varios corredores que ya andaban por la zona y que curiosamente serían los últimos también en marcharse.
Llego a casa, devoro unas lentejas con arroz y salgo a recoger a los niños masticando el último trocito de pan con el que siempre termino todas mis comidas. Manías.
Al volver decido echarme una siesta. Necesito descansar un poco porque la noche se plantea larga. No sé si he entrenado lo suficiente, pero el número 20 ronda mi cabeza después de las 15 del año pasado.
Me levanto de la siesta y noto que algo no anda bien. Conozco esa sensación, todos los años, justo cuando empieza el verano cojo un resfriado veraniego que da la salida oficial a mis veranos.
Intento no pensar demasiado en ello, me ducho, me preparo todo y con los niños, los míos y los de Fernando, bajo el ala protectora de mi mujer, me dirijo a Los Molinos a echar una mano con los últimos preparativos y a prepararme yo mismo.
El ambiente va creciendo, caras, piernas y risas conocidas se van entremezclando con saludos, abrazos y algunas sorpresas. Yo lo miro todo desde un rincón y un sentimiento de incredulidad me embarga. ¿Incredulidad? Sí, exactamente eso, INCREDULIDAD.
No me puedo creer que hayamos sido capaces de convencer a más de 40 personas a pasar horas y horas corriendo, haciendo el mismo recorrido, pasando toda la noche en vela (algunos más de una noche) y, además, pagando.
¿Pero en qué cabeza cabe eso?
Las hermanas Victoria y Soledad tienen la respuesta.
Victoria
Antes del último pitido que marcaba la salida de la primera vuelta, yo miraba con ojos deseosos a Victoria. Quería conquistarla, quería mirarla a los ojos y decirle que iba a ser mía.
Aclaremos en este punto que yo buscaba una Victoria personal, en ningún momento ni en el mejor de mis sueños, me planteaba o me planteo ganar esta carrera, ni ninguna otra.
Las dos primeras vueltas, siguiendo el plan trazado previamente, me coloqué al final del grupo y junto con Iago, con el que ya había coincidido en La Parra realicé las dos primeras vueltas sin sobresaltos.
Sin embargo, tenía frío. Me puse un buff a la garganta y salí a por la tercera. Normalmente en todas mis participaciones, a la tercera vuelta ya he establecido un ritmo constante para cada vuelta, andando donde creo que debo andar y corriendo donde creo que debo correr. No suele coincidir con otros ritmos de otros corredores, pero es el mío y lo sigo casi inconscientemente.
En la cuarta vuelta todavía no había cogido mi ritmo.
Antes de salir me puse un chaleco porque seguía con frío. El pañuelo a la cabeza y el chaleco parece que me vinieron bien, aunque en un descuido imperdonable me dejé el frontal encima de la silla. Sabía que no podía volver a por él si no quería ser descalificado así que decidí salir sin luz. Afortunadamente el circuito en su mayor parte estaba bien iluminado y salvo dos o tres tramos en los que intentaba juntarme con luces amigas, no tuve tampoco grandes problemas.
Al llegar de cada vuelta bebía, pero no conseguía comer nada. Sabía que algo no andaba bien. Mi deseada Victoria hacía rato que ni me miraba y cada vez la veía más lejos, aunque yo seguía mirándola.
Quería llegar a ver amanecer, la parte más espectacular de la pasada edición, y al final de ese amanecer, estaría Victoria esperándome.
Soledad
En la quinta vuelta me junté con Cristina, ya conocida de otras ediciones y con Iago. La vuelta se me hizo eterna, cada vez que doblaba una esquina y veía una referencia, me parecía que estaba lejísimos de la meta. No quería quedarme solo y me agarre a ese grupo que iba charlando animadamente mientras yo luchaba contra mis monstruos.
“Estás poco hablador”, me dijo Cristina ya en los últimos metros de esa vuelta.
“Lo sé, en realidad…no estoy”.
Esas fueron mis últimas palabras en carrera.
En el último pitido antes de salir a la siguiente vuelta, me fui al baño. No fui solo. La otra hermana, Soledad, me acompañó. Nunca me dejó solo.
Esperé en el baño a que salieran todos los corredores y solo entonces pude volver a mi sitio, derrotado, pero siempre acompañado por Soledad.
Allí terminó mi cuarta Backyard Ultra.
El resto de la carrera la tuve que seguir desde la cama, así que poco puedo aportar más de la misma porque casi todos la vivisteis mucho más tiempo que yo.
No sé cómo fue el amanecer con las siluetas de 7 picos y la Maliciosa al fondo, aunque espero que alguno me lo cuente.
No sé cómo fue el masaje recuperador de las manos de David que desde las 07:00 hasta las 11:00 estuvo aliviando músculos, tendones, articulaciones y seguramente alguna que otra pena.
Sí sé que muchos lo agradecisteis.
No pude probar el Hornazo ni los croissants que tanto me gustan de la Panadería Antón que, como el año pasado, prepararon para reanimar a más de uno.
No sé cómo fue el calor SOFOCANTE que tuvisteis que aguantar durante las horas centrales del día y que obligaban a muchos corredores a refrescarse en las aguas del rio.
No tuve que soportar esa sequedad en la boca ni esos dolores en cada músculo antes de salir en cada nueva vuelta.
No tuve que ver desaparecer las nubes previstas a media tarde cuya lluvia hubiera refrescado el ambiente y, a muchos corredores a los que ya no les quedaban ni lágrimas para llorar la lluvia.
Tampoco pude ver, ni vivir, las nuevas relaciones que se van creando con estas carreras, coincidencias, amistades comunes, historias, anécdotas y vivencias.
Y, por supuesto, tampoco pude ver a Raúl y a Ángel entrar en la segunda noche después de una travesía en el desierto en busca de la hermana de Soledad.
Al final, Raúl se llevó el gato al agua y se le pudo ver subiendo por última vez la cuesta de salida a toda velocidad reclamando a su amada Victoria.
Todo eso me perdí y todo eso aprendí.
Ya sé que esta crónica me ha salido un tanto personal y que quizás algunos estuvierais deseando aparecer por uno u otro motivo, disculpadme por ello, pero el Scattergories es nuestro y ponemos lo que queremos…más bien, ponemos lo que creemos que tenemos que poner.
Y creemos que es importante contar también estas cosas porque al final una Backyard Ultra no deja de ser una mini representación de la vida y las caídas y sus cicatrices no son más que señales de haber vivido, aunque a veces nos pasemos de intensidad.
Este año hemos sido casi el doble de participantes, pero aún así, la cercanía, la colaboración, la ayuda entre los corredores, y la humanidad de este tipo de pruebas, han sido una vez más los protagonistas.
Y eso es lo que queremos mantener en todas nuestras carreras.
Y eso es lo que queremos transmitir en cada contenido, en cada comentario y cada sonrisa.
Esa misma cercanía y la sabiduría que nos da el fracaso son lo que nos permiten hacer una crónica tan personal, tan humana y tan cercana con el único objetivo de acercaros la realidad de este tipo de pruebas.
Flaco favor nos haríamos a nosotros mismos si dijéramos que todo siempre es maravilloso.
Así que ya sabes, si has corrido ya alguna Backyard Ultra, si este fin de semana ha sido la primera o si estás pensando en probar esta locura, debes de tener claro que algunas veces tendrás que bailar con Victoria y otras tendrás que bailar con Soledad.
Pero también ten claro que, si solo lo haces con alguna de las dos, únicamente conocerás la mitad del baile y serás menos sabio.