El Reto. Capítulo 5. Guadalupe – Villanueva de la Serena

El cuarto día amaneció despejado. Después del ritual habitual de cada mañana nos disponíamos a realizar con optimismo la que sería la etapa más dura del viaje.

Aproximadamente 100 kilómetros desde Guadalupe hasta Villanueva de la Serena. El “Taka” mi acompañante, había decidido que quería hacer la última etapa a pie por lo que había que organizar otro dispositivo de emergencia que recogiera la bicicleta en Villanueva de la Serena. Era el turno de mis amigos del pueblo, José Luis Barbosa y Tomás Méndez. Ellos se acercarían en coche a Villanueva de la Serena por la noche para recoger la bicicleta y todo lo que pudiera estorbarnos de cara a la última etapa.

Para eso, nos quedaban 100 kilómetros por delante y el cansancio acumulado empezaba a dejarse notar. Sin embargo, sabíamos que, si superábamos esta jornada, el reto estaría ya muy cerca. Ese pensamiento de tenerlo al alcance de la mano se convirtió en la energía capaz de movernos durante todo el día.

Los mensajes de apoyo, los pedidos de camisetas que iban aumentando, saber que había mucha gente siguiéndonos y especialmente pensar en el momento de cruzar la meta y abrazar a mi mujer e hijos fueron mis geles que llenaron los depósitos de fuerza que realmente iba a necesitar aquella jornada.

Después de desayunar un buen Cola-Cao con churros comenzamos la jornada como siempre. Los primeros kilómetros los hacemos andando a ritmo ligero con la idea de ir calentando poco a poco los músculos.

Una vez abandonado el precioso pueblo de Guadalupe decidimos coger la Vía Verde de Guadalupe, una decisión que tendrá consecuencias porque durante 50 kilómetros no encontramos ni una sola fuente con agua. Para conseguir agua había que desviarse a los pueblos cercanos, rellenar bidones y volver de nuevo a la Vía para continuar el camino. Ese fue el día de más trabajo de mi compañero. Las primeras horas transcurrieron tranquilas hasta que un sol abrasador se colocó en mitad del cielo y empezó a castigarnos con intensidad. En esos momentos, “Taka” se encargaba de adelantarse a los pueblos, recoger el valioso líquido y volver a buscarme para que yo pudiera seguir avanzando. El trabajo se multiplicaba, si no había un pueblo cerca, se colaba en un cortijo con una fuente para coger agua, o me escondía bidones en las antiguas estaciones de tren abandonadas para que yo fuera recogiéndolos a mi paso.

El Reto

El camino era una línea recta que se perdía por el horizonte. Uno de esos caminos por los que parece que no avanzas porque el paisaje es tan monótono que aburre a nuestra motivación. Mientras, el calor sigue golpeando sin piedad y los pensamientos se recalientan en la cabeza que empieza a coger temperatura y se convierte en una olla a presión. En cada una de las expediciones del “Taka” en busca de agua, mi cabeza empieza a generar malos pensamientos. “¿Dónde estará? ¿Por qué tarda tanto? Me voy a quedar sin agua. No tengo comida. No voy a llegar”. Esa mochila pesa mucho más de lo que pesa la mochila con las cosas básicas y me ancla al suelo impidiéndome avanzar. Mis pies lo hacen, pero mi cabeza se ha quedado muy atrás.

Para añadir un poco más suspense a la etapa, en la mayor parte de los tramos no hay cobertura y por tanto pierdo el contacto con mi acompañante que sigue dejándose la piel y regando los caminos con su sudor para que a mi no me falte de nada.

Mi cabeza sigue generando peores pensamientos. Estaba solo, sin agua, no sabía dónde estaba mi amigo y el sol había decidido ponérmelo realmente difícil. Por fin, llegando a una de las antiguas estaciones del tren nos encontramos. Él traía agua, una barra de pan y embutidos para hacer un bocata. La presión del momento pudo con nosotros y entre las ruinas de aquella estación que había sido testigo de tiempos mejores, tuvimos la única discusión del viaje. Mientras el sol en lo alto ponía una mueca de satisfacción. El bocata, el agua, el descanso y el haber soltado todas mis miserias me hicieron resucitar. Me levanté, miré al sol de manera desafiante y continué el camino.

Abrimos aquí un inciso para comunicaros a los más fieles que habéis tenido la curiosidad de conocer esta historia, un pequeño avance. Ya tenemos fecha para la segunda edición de la Backyard Ultra de La Parra. 11/04/2023 a las 08:00. Apuntad bien esa fecha y no os perdáis el próximo capítulo donde anunciaremos la fecha para las inscripciones. Y ahora, después de esta pausa publicitaria volvemos de nuevo con la lectura.

Quedaban 30 kilómetros para llegar a nuestro destino. El haberme quitado el peso la mochila que llevaba cargadita de malos pensamientos y el verme acompañado de nuevo, aligeraron mis pies y comencé a volar a 4:30 después de 70 kilómetros.

A las diez de la noche, con el sol ya retirándose poco a poco en señal de respeto por su derrota, me abrazaba con mis dos amigos que habían llegado para recoger la bicicleta después del día más duro del Reto. Había caminado bajo un sol abrasador y había bajado a los infiernos a luchar con mis demonios y aunque las secuelas iban a ser importantes, más importante sería el aprendizaje que me dejaron. Un aprendizaje interior, un explorar tus límites y darte cuenta de que puedes siempre dar un paso más, el poder de la cabeza que es capaz de buscar fuentes de motivación que te empapen el alma y te hagan continuar. Eso aprendí yo.

El ayuntamiento de Villanueva de la Serena nos cedió un alojamiento y nos invitó a cenar y a desayunar. Con las piernas descansadas, lo descansadas que pueden estar después de casi 350 kilómetros, la tripa llena, los niveles de ánimo por las nubes y las ganas de ver a los míos, comenzamos nuestra última etapa, los dos a pie, con destino La Parra.

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